La Inteligencia Artificial frente a la Pobreza Global: ¿Destructora o Solución?
En un mundo donde 719 millones de personas viven con menos de 2.15 dólares diarios, y donde los avances digitales se suceden a velocidad vertiginosa, una pregunta emerge con fuerza: ¿puede la inteligencia artificial (IA) ser el motor para erradicar la pobreza extrema, o corre el riesgo de convertirse en otra fuente de desigualdad?**
La respuesta es compleja y se debate entre dos visiones aparentemente opuestas. Por un lado, figuras como Elon Musk proclaman con optimismo que la IA y la robótica «eliminarán la pobreza» y «harán ricos a todos». Por otro, organismos como la ONU advierten de que estas mismas tecnologías podrían agrandar la «gran divergencia» entre países ricos y pobres, revirtiendo décadas de convergencia económica.
La Promesa: La IA como Herramienta para el Desarrollo
Más allá de las visiones futuristas, la IA ya se perfila como una herramienta con aplicaciones prácticas y tangibles para abordar las causas estructurales de la pobreza. Este enfoque, conocido como «IA ProSocial», busca usar la tecnología para promover la dignidad humana y el crecimiento equitativo.
Este potencial es respaldado por líderes globales. El Papa Francisco, por ejemplo, ha hecho un llamado para que la IA se convierta en una herramienta para «eliminar la pobreza y proteger las culturas», instando a crear plataformas que incluyan las voces de los más desfavorecidos en la toma de decisiones.
El Riesgo: Ampliando la Brecha de la Desigualdad
Sin embargo, el panorama no es del todo alentador. Un reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) lanza una seria advertencia: la IA podría inaugurar una nueva era de aumento de la desigualdad entre países. Mientras las naciones ricas tienen los recursos para invertir masivamente en tecnología y formación, las más pobres podrían quedar aún más rezagadas, perdiendo los avances logrados en las últimas décadas.
Un análisis del Fondo Monetario Internacional (FMI) de 2024 cuantifica esta amenaza de manera desigual. Los países desarrollados verían afectado el 60% de sus empleos por la IA, pero con altos beneficios de productividad. Por el contrario, las naciones emergentes y de bajos ingresos, aunque con menor porcentaje de empleos afectados, se beneficiarían mucho menos del aumento de productividad, lo que podría consolidar su posición desventajosa.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estima que un cuarto de los puestos de trabajo a nivel mundial enfrenta un alto riesgo de volverse obsoletos. Aunque se crearían nuevos empleos (el Foro Económico Mundial proyecta 170 millones de nuevos puestos para 2030, frente a 92 millones eliminados), la transición será dolorosa y exigirá una capacitación masiva que, nuevamente, podría no llegar de manera equitativa a todos los rincones del planeta.
Un Camino Precario hacia 2030: ¿El Objetivo de Erradicación en Peligro?
Este debate se desarrolla en un contexto global de desaceleración del progreso contra la pobreza. La pandemia de COVID-19 supuso el mayor retroceso en décadas, aumentando la pobreza extrema en 71 millones de personas en 2020. Antes de la pandemia, el ritmo de reducción ya había bajado de 1.1 puntos porcentuales anuales (1990-2014) a solo 0.6 puntos (2014-2019).
Como resultado, el primer Objetivo de Desarrollo Sostenible de la ONU —erradicar la pobreza extrema para 2030— está en grave peligro. Las proyecciones indican que, si continúan las tendencias actuales, para ese año aún habrá casi 600 millones de personas viviendo con menos de 2.15 dólares al día.
La Encrucijada: Tecnología con Conciencia
La dualidad de la IA —su potencial para empoderar o para excluir— plantea una encrucijada crucial. Como señala el Papa Francisco, el desafío final «es el ser humano, y siempre lo será; no debemos olvidarlo». Para que la IA sirva verdaderamente a la humanidad, su desarrollo debe guiarse por principios éticos claros.
Elon Musk, aun siendo optimista, también advierte que «necesitamos asegurar que la IA se preocupe profundamente por la verdad y la belleza» para que ese futuro prometedor sea posible. Esto subraya que la tecnología, por sí sola, no es suficiente.
La inteligencia artificial no es una varita mágica para acabar con la pobreza, pero sí una herramienta de poder transformador sin precedentes. Su impacto final no dependerá de su código, sino de nuestras decisiones colectivas: de las políticas que implementemos para democratizar su acceso, de los marcos éticos que establezcamos para guiar su desarrollo y de la voluntad política para priorizar el bien común sobre el beneficio desigual.
El futuro está en juego entre dos posibles caminos: uno en el que la IA profundiza las fracturas del mundo, y otro en el que se convierte en el aliado más poderoso para construir uno más justo y equitativo. La elección, por ahora, sigue en nuestras manos.